PRESENTACIÓN
LA TERCERA RAÍZ. LOS AFRICANOS EN LA COLONIA.
Luz María Martínez Montiel
(Este documento forma parte del texto Inmigración y Diversidad Cultural en México, publicado por la autora en el Programa México Nación Multicultural de la UNAM, México, 2005).
En México el estudio del negro ha demostrado su existencia en dos dimensiones, la histórica y la actual. Pero mientras que la primera está comprobada en la abundante documentación colonial, la segunda es todavía objeto de estudios antropológicos que buscan en la rica etnografía de México su especificidad y singularidad características, que les puedan permitir referirse a las poblaciones de las costas pacífica y atlántica donde se conserva el fenotipo afroide, como poblaciones negromestizas o afromexicanas.
Según algunas fuentes, Hernán Cortés, conquistador de México, tenía entre las filas de su ejército 300 negros traídos de España y las Antillas; a éstos se les llamó «ladinos» porque habían pasado por un proceso de aculturación o latinización. En general se desempeñaban en las tareas de colonización, identificados con la causa de su amo compartiendo con él los frutos del botín colonial. Desde su llegada en 1519 dieron sus aportes a las nuevas tierras. El primero en sembrar trigo en la Nueva España fue Juan Garrido, un negro que aparece en los códices al lado de Cortés. Considerado conquistador él también, se piensa que viajó a las Antillas y Florida en la etapa de los primeros asentamientos españoles en esas tierras.
Los negros que como Garrido llegaron en las primeras naves españolas tenían ya experiencia al servicio de sus señores; muchos de ellos eran en realidad mulatos producto de la mezcla entre españoles y africanos. Hay que recordar que, desde el siglo XV los españoles habían colonizado las Islas Canarias en las que los esclavos africanos realizaban el trabajo agrícola en el cultivo de la caña de azúcar. Otros negros llevados a la Península eran utilizados en España y Portugal como sirvientes domésticos o como artesanos y mozos de espuela.
También se les asignaba el trabajo de carga y descarga de los navíos. Se ha confirmado que la presencia numerosa de africanos en las ciudades de España produjo un mestizaje que ya en las primeras décadas del siglo XVI había originado una sociedad multiétnica; en esa época había en Sevilla y en otras ciudades españolas y portuguesas miles de esclavos negros, numerosos mestizos y, desde entonces, numerosos libertos. Parte de esta población se trasladó al Nuevo Mundo integrada a las huestes de los europeos participando en la empresa colonizadora.
Se dice también que un tal Francisco de Eguía, negro ladino, contagió de viruelas a los indios produciendo la primera epidemia que cegó las vidas de un gran número de ellos, debido a que no estaban prevenidos contra ese y otros males desconocidos. Como conquistadores, los primeros negros combatieron a los indios, quienes vieron en ellos la fuerza cruel que los sometía. Desde un principio las relaciones entre indios y negros estuvieron marcadas por esta ambivalencia; siendo unos y otros objeto de explotación, eran a la vez antagónicos.
Cuando el tráfico atlántico se regularizó, llegaron a Nueva España vanas corrientes de esclavos venidos directamente de África; esta parte de América fue de las primeras en recibir negros para las labores de explotación de minas y de plantaciones.
En cuanto a las cifras de la población africana en Nueva España, son todavía tema de indagación por parte de los especialistas; algunos se han basado para sus cálculos en criterios económicos, comparando la población blanca, la india, la negra y la mestiza.
En 1570, una minoría europea de 6.644 españoles controlaba y explotaba a 20.569 africanos y 3.336.860 indios que en unas cuantas décadas se habían reducido en más de un millón. La población euromestiza ascendía a 11.067; la indomestiza, a 2.437, y la afromestiza, a 2.435. Poco menos de 100 años después, en 1646, la mayoría seguía siendo india a pesar de que se había reducido en más de dos millones sumando 1.269.607; en esos años, había 13.780 europeos y 35.089 africanos; la población de mezcla había aumentado a cerca de 500.000. En el siglo siguiente, en 1742, los europeos no llegaban a 10.000, los negros en cambio eran 20.131; los indígenas se mantenían en 1.540.256, y la población de mezcla había llegado casi al millón. Cinco décadas después, en 1793, los europeos habían disminuido más sumando solamente 7.904; los africanos eran 6.100; los indios habían aumentado notablemente su población sumando 2.319.741; las castas llegaron a sumar entonces casi 1.500.000.
Formalizada la trata, después de los pocos negros «ladinos» llegaron a Nueva España, directamente traídos de África, negros de diferentes procedencias: los de Cabo Verde agrupaban vanas etnias (wolof, mandingas, biafras, lucumíes y otras); los llamados esclavos blancos eran berberiscos procedentes de África del Norte; de origen bantú eran los congos y los angolas. La diversidad de procedencias se debió a la evolución de la trata según los años y los siglos, puesto que al principio hubo que comerciar con los árabes que controlaban el mercado, y después con los portugueses una vez que éstos establecieron sus factorías en las costas africanas. Muchos esclavos quedaban registrados según el puerto de embarque; de ahí que abundaran los negros guineos y caboverdianos, lo que no implica que ése haya sido su verdadero origen étnico. La procedencia de los africanos sigue siendo objeto de investigación, esta vía permitirá profundizar sobre su cultura de origen y sus aportes a la cultura nacional.
La primera empresa colonial a la que se destinó la mano de obra esclava fue la minería, que estimuló otras actividades productivas como la agroganadería, los obrajes, el artesanado y el comercio. En las minas, los negros convivieron con españoles e indios; muy pronto al paso del mestizaje, la situación del negro y sus mezclas mejoraron pasando de extractar de metales a mano de obra calificada y después a capataz de las cuadrillas de indios. El trabajador de las minas tuvo una movilidad social y espacial que le permitió la mezcla con indios y españoles, además de la convivencia con ellos en los pueblos de alrededor de las minas. De ahí pasó a los obrajes, a las haciendas y ranchos y al servicio doméstico.
Pero es en el trabajo agrícola donde se consumió en mayor grado la mano de obra negra; desplazando al indio cuya esclavitud se abolió en la segunda mitad del siglo XVI, su fuerza de trabajo fue determinante para el desarrollo de la industria azucarera, siendo en trapiches e ingenios donde transcurrió su existencia durante los siglos de la Colonia. La producción de caña de azúcar se dio principalmente en las zonas calientes de las regiones de Morelos y Veracruz. Ya avanzado el siglo XVI, nuevos cultivos exigieron el aumento de mano de obra. Fueron los portugueses quienes, como propietarios del asiento, se encargaron de llevar a Nueva España, entre 1595-1640, la mayor parte de su esclavonía cuyo trabajo estaba destinado a la producción agrícola, en la que se impuso el azúcar sobre todos los demás cultivos teniendo una importancia decisiva en la economía novohispana. En el siglo XVII Veracruz fue una de las regiones de mayor auge económico, debido al desarrollo de los centros azucareros. En la costa del Pacífico las plantaciones de cacao exigieron mano de obra esclava, pero ésta no tuvo la importancia que en la región del golfo, por ser más despoblada y porque el cacao no fue tampoco importante como el azúcar. También hubo negros en los campos de cultivo del coco y en las haciendas ganaderas; a estas costas llegaron numerosos asiáticos que fueron traídos en las naos procedentes de Manila, se les llamó «chinos» y se mezclaron con los negros. Desde los primeros tiempos coloniales, los litorales de Oaxaca y Guerrero tenían población negra incorporada al trabajo esclavo. En los ríos de estas regiones hubo placeres de oro en los que los negros eran capataces, en otras minas como las de Taxco, Zacualpa, Ayoteco y Zumpango, su mano de obra fue muy importante y significó un acusado mestizaje entre indios y negros. De esta mezcla hay evidencias notables en las poblaciones actuales que son visiblemente afromestizas. Los ganaderos españoles que ocuparon las extensiones de la Costa Chica de Guerrero tuvieron en el negro un magnífico vaquero cuyo trabajo derivó después en la arriería, lo que permitió más tarde a mulatos y pardos introducirse en el comercio.
El esclavo doméstico estaba al servicio de las órdenes religiosas y de los señores de las haciendas; también los oficiales, comerciantes y administradores, los clérigos y funcionarios tuvieron negros a su servicio; mejor tratados, estos esclavos alcanzaban con mayor frecuencia su libertad por las distintas vías en que les estaba permitido obtenerla.
Varios sistemas de castas se establecieron y han llegado hasta nosotros en la documentación colonial siendo el más común el siguiente:
Español con india, mestizo.
Mestiza con español, castizo.
Castizo con española, español.
Español con negra, mulato.
Mulata con español, morisco.
Morisco con española, chino.
Chino con india, salta atrás.
Salta atrás con mulata, lobo.
Lobo con china, jíbaro.
Jíbaro con mulata, albarazado.
Cambujo con india, zambaigo.
Zambaigo con loba, calpa mulato
Calpa mulato con cambuja, tente en el aire.
Tente en el aire con mulata, no te entiendo.
No te entiendo con india, torna atrás.(1)
Resulta evidente lo alejados de la realidad que estaban los sistemas que intentaban poner en una nomenclatura racial y arbitraria la variedad fenotípica de una sociedad donde la legislación lejos de propiciar la armonía social, imponía una severa represión, estigmatizando algunas cartas y manteniendo en otras el estado de superioridad. Las leyes tenían como fin garantizar la supremacía de quienes estaban encargados de aplicarlas. Del Code Noir francés se tomaron las disposiciones para castigar a los esclavos fugitivos, otras se incorporaron a las Leyes de Indias procedentes de las Siete Partidas y del Fuero Juzgo, que correspondían al derecho medieval español. en el régimen jurídico los negros fueron considerados infames de derecho por su origen, lo que les privaba del trabajo libre y asalariado. Les estaban negados el sacerdocio, la portación de armas, los adornos de oro, seda, perlas, etc. El matrimonio solamente estaba autorizado entre contrayentes de una misma casta, pero obviamente esta regla no sólo se rompió en todos los casos, sino que las autoridades se vieron obligadas a legitimar las uniones libres cuando la moral eclesiástica así lo requería ante el inevitable enlazamiento de los tres troncos raciales y sus mezclas. Cuando estas últimas alcanzaron cifras mayores, entonces el trabajo esclavo se tornó incosteable y produjo la decadencia de la esclavitud.
Frente al rigor del Code Noir, como instrumento legal que regía la conducta y los castigos de los esclavos, el Papado tuvo a bien rescatar sus fueros haciendo publicar en 1697, por el santo oficio de Roma, la carta de los Derechos de los Negros en la que el derecho canónico, aceptando tácitamente la esclavitud, se concreta a desaprobar la violencia y la crueldad en el trato de los esclavos.
La Constitución de Cádiz de 1812 excluía de la ciudadanía a los mulatos y demás castas; en cambio a los negros se la concedía si así lo ameritaba su conducta y la prestación de servicios calificados, además de acreditar el legítimo matrimonio de sus padres; los negros nacidos en África estaban excluidos de este reconocimiento. No deja de ser contradictorio que a los mulatos se les hiciera jurar esta Constitución que les negaba el derecho elemental de la ciudadanía.
Desde el 6 de diciembre de 1810, Miguel Hidalgo, líder de la independencia, decretó en Guadalajara la abolición de la esclavitud en México. El 5 de octubre, José María Morelos hizo lo mismo en Chilpancingo, ordenando la libertad de los esclavos y autorizando a los naturales a formar pueblos y a efectuar elecciones libres. Estos dos caudillos, al proclamar la abolición de la esclavitud como una condición para un nuevo orden en el continente americano condenaron, sobre todo Morelos, la guerra de castas; la dignidad del ser humano fue liberada del color de la piel, pero lo más elocuente en Morelos es que fue el primero en establecer que todo aquel nacido en Nuevo Mundo, fuera negro, indio, blanco o mulato, debía considerarse americano; estableciendo en la Constitución de Apatzingán la igualdad civil, destruyó los privilegios de raza y la discriminación. El 15 de septiembre de 1829, Vicente Guerrero emitió el tercer decreto contra la esclavitud. Décadas más tarde durante el imperio francés en México, en 1865, Maximiliano de Habsburgo decretó la restitución de la esclavitud voluntaria, conjuntamente declaró una ley de colonización y abrió la inmigración a todas las naciones del mundo. El proyecto tenía como intención atraer a los americanos negreros para colonizar algunas regiones del norte; se reglamentó que los esclavos negros de Estados Unidos que cruzasen el territorio nacional serían libres, pero podían renunciar a su libertad en favor de un patrón durante un plazo determinado. El propietario de esclavos tendría la obligación de alimentar, vestir y pagar una suma a sus servidores, también debía mantener a los hijos de los operarios, a la muerte de su padre debía asumir las funciones de tutor hasta que cumplieran la mayoría de edad.
La vida de las castas en el México virreinal transcurría en medio de una alta tensión étnlca, en primer lugar estaba la oposición entre españoles peninsulares y españoles americanos o criollos, que se definían más por su arraigo e interés en las nuevas tierras que por su lugar de nacimiento; hubo frecuentemente españoles que al llegar a la Nueva España se criollizaron para responder a las demandas de la sociedad criolla colonial. De hecho, los virreyes y los administradores de altas funciones así como militares de rango eran todos españoles; los criollos llegaron a ocupar algunos empleos subalternos pero les estaban negando los honores oficiales; todo lo cual originó un fuerte resentimiento de los criollos contra los «gachupines», como se les llamó a los peninsulares, por consiguiente, éstos sentían profundos recelos de los descontentos criollos. La rivalidad entre los dos estamentos de mayor jerarquía en la sociedad colonial abarcó todos los planos; a medida que el tiempo pasaba, los criollos fueron más numerosos y tuvieron mayor poder económico, lo que revivió el celo y el odio recíprocos, hasta que los criollos, en el siglo XVIII, se encauzaron por el camino de la separación de la metrópoli, culminando en el siglo XIX con la Guerra de Independencia. Hay que anotar que en los datos sobre la población novohispana que corresponden a los blancos se entiende que éstos son en su mayoría españoles criollos, muchos de ellos pueden tomarse como individuos que biológicamente eran mestizos pero que pasaban por blancos.
Como puede observarse en las cifras del Barón de Humboldt, la mayoría era india, le seguían en importancia las castas de sangre mezclada y después estaban los blancos criollos, mucho más numerosos que los españoles europeos, lo que explica su crecimiento económico, su ambición de poder e independencia y finalmente su triunfo y liderazgo en el México independiente.
Desde el siglo XVI, los mestizos constituyeron diversos estamentos cuyas características complicadas no les daban un lugar definido en la sociedad. A medida que el mestizaje se intensificó, el cuadro de los mestizos o castas se fue haciendo más complejo, tanto más cuanto que las mujeres blancas criollas preferían casarse con gachupines, teniendo que casarse los varones criollos con las mulatas o pardas. Asimismo, la unión o amancebamiento de los esclavos con las indias denotaban una preferencia de éstas por los varones negros cuyos hijos podrían ser redimidos por esta unión. Gonzalo Aguirre Beltrán explica:
“Los hijos de negros e indios siguieron naciendo libres y fue esta mezcla la fuente principal de población afromestiza de la Colonia, población que al quedar bajo el amparo de la madre nativa heredó los patrones culturales indígenas, a la manera de indomestizo. Esta comunidad cultural hizo que afromestizos e indomestizos formaran una sola casta, profundamente separada de la euromestiza, no obstante el parentesco biológico que entre los híbridos mencionados en último lugar existía (2)
Buscando la libertad para sus hijos, las negras procuraban la unión con el amo blanco, ateniéndose a que aun como concubinas podían ser redimidas. La unión de indios y negros y su contacto inevitable conllevó una asimilación mutua. En la transformación de sus valores, es natural que haya sido el mundo indígena el dominante, por estar en su ambiente original y por ser el menos desintegrado -pese a la acción destructora de la dominación europea- de los dos. El negro conservó y comunicó al indio parte de su patrimonio intelectual, por ejemplo, sus prácticas mágicas y su versión del mundo, algunas actitudes vitales, su profunda religiosidad y en general la voluntad de liberarse a cualquier precio de la esclavitud. Todo eso significó una vía de africanización del sector indígena por efectos del mestizaje.
La convivencia doméstica de esclavos y amos, que a veces duraba toda la vida, hizo nacer entre ellos una interdependencia y en ocasiones la necesidad de estar juntos para poder asegurar la vida en familia. Quien ha estudiado a fondo la cuestión nos dice:
A pesar de la relación por principio injusta e inhumana que unió a amos y esclavos, es evidente que la convivencia diaria, sostenida a menudo por años, cuando no por vidas enteras, tejió entre unos y otros los lazos que nacen de manera inevitable entre seres humanos. ¿Cómo podría ser de otro modo, si el ama de cría, la cocinera era negra que llegó siendo una niña a la casa, cuando no había nacido en ella? ¿Si el amo y el siervo habían compartido muchas veces la misma leche, los mismos juegos, la misma comida, los mismos sones?(3)
El pase de una casta a otra se confirma por los datos acerca de los mestizos que se hacían pasar por españoles, algunos indígenas usaban las vestimentas que no les correspondían para incorporarse a la vida de 1 las ciudades; la emigración y el trabajo en zonas urbanas incorporaron a ciertas castas a la clase trabajadora. En el proceso de interculturación por el que tuvieron que pasar indios, negros y blancos, se perdieron muchos rasgos originales, produciéndose, como en el biológico, un mestizaje cultural en el cual dominaron las categorías de la cultura hispana. Paulatinamente, a medida que el mestizaje se intensificó, los rasgos de origen africano se fueron diluyendo y el afromestizaje fue adoptando parte de la cultura receptora indígena y parte de la cultura dominante hispana; lo que pudo conservar de su raíz africana fue adaptado y absorbido durante el mismo proceso de transculturación.
Entre los aspectos más relevantes que en los últimos años han ocupado el interés de los especialistas, está el de los numerosos procesos a que fueron sometidos negros, mulatos y otras castas, denunciados como hechiceros y blasfemos. El Tribunal de la Inquisición también recibía las denuncias de los mismos negros y castas contra los amos blancos, acusándoles de los mismos delitos por los cuales se les procesaba.
Desde muy temprano en el siglo XVI, las rebeliones de negros se sucedieron unas tras otras, desestabilizando el orden de la colonia. En 1537 acaeció en la capital y en las minas de alrededor una asonada de negros que fue inmediatamente reprimida. En 1540 se produjeron dos rebeliones más, también en la capital del virreinato. Antes de rebelarse, los esclavos recurrieron a la huida para escapar del cautiverio, lo que fue frecuente tanto en las minas como en los ingenios y las haciendas, otros tantos centros generadores de rebeliones. En el siglo XVII se multiplicaron las acciones de los rebeldes siendo los centros azucareros los más afectados, situándose su punto central en los sistemas montañosos de la sierra Madre Oriental y en las tierras bajas localizadas entre el pico de Orizaba y el puerto de Veracruz; también en la costa pacífica hubo rebeliones frecuentes que tenían como centro el puerto de Acapulco. Las acciones libertarias más notables fueron las de Yanga, príncipe nigeriano islamizado que capitaneó a los cimarrones de los palenques cercanos a Córdoba en la región de Veracruz, logrando después de 40 años de enfrentamientos con las milicias coloniales la fundación, en 1608, de un pueblo, San Lorenzo Cerralvo o San Lorenzo de los negros, habitado por más de 1.000 cimarrones, con cabildo propio y cierta autonomía, con derecho a la tierra a la manera de las repúblicas indias. Por lo temprano de estas rebeliones y por las implicaciones ideológicas y su repercusión en la estructura colonial, el caso de Yanga es mencionado en casi todos los trabajos sobre esclavitud y cimarronaje en Nueva España.
La herencia africana en el acervo cultural mexicano debe buscarse en la cultura popular, en la religión y la magia, en la medicina tradicional, en el habla y los cantares, en las formas de cocinar y los hábitos alimenticios, en los refranes y las leyendas, en la preferencia por ciertos colores, en las maneras de bailar y en determinadas formas musicales.
Ya se ha dicho que en México, a diferencia de otros países latinoamericanos, los elementos africanos no llegaron a conformar un sistema cultural diferenciado con funciones autónomas; son, por decirlo así, partículas dentro de los sistemas culturales que conforman la cultura global, están insertos en las capas de indianidad o de hispanidad que los encubre; no se pueden separar de la amalgama cultural que los contiene.
Las lenguas africanas desaparecieron totalmente y algunos vocablos conservados hasta hoy perdieron su valor semántico original; tal es el caso de algunos adjetivos, sustantivos y toponímicos como mocambo, zamba, chamuco, cafre, zíbaro, mondongo, mandinga, bamba, bemba, etcétera.
Sería vano intentar un inventario precipitado de rasgos e influencias de origen africano en la cultura mexicana; actualmente se están realizando en casi todos los estados investigaciones históricas y antropológicas que habrán de actualizar la información que guardan los numerosos archivos hasta ahora poco explorados. El camino abierto hace casi medio siglo, por la obra pionera de Gonzalo Aguirre Beltrán, habrá de seguirse con nuevas técnicas, nuevas hipótesis y nuevas teorías. En todo caso, la problemática del afromestizo actual tendrá que enfocarse en su contexto real, sin desvincularlo de su condición de trabajador de acuerdo con su participación en el proceso de producción, de su ubicación en el esquema de las clases sociales y de su aportación a la cultura local según las regiones donde habita y, sobre todo, a su conciencia étnica que los separa o une a los otros sectores de la sociedad. El estudio del afromestizo, pues, no podrá dejar de lado su integración profunda y antigua como heredero de la tercera raíz de México: la raíz africana.
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